La primera vez que volví la cara a Europa tenía veintidós años.
Nadie te avisa que tras pasada y enterrada la pubertad, volverías a sufrir otra crisis de identidad capaz de hacer temblar todos tus cimientos y colocarte de puntillas al borde del Parnaso.
Os lo juro. No hay nada que de más vértigo que la búsqueda de un abstracto cuando tus infantes ideas se encuentran en plena batalla campal, en primera línea de fuego y más desordenadas que nunca.
¡Maldito seas Nietzsche! Mira que a duras penas conseguí tragarte en el colegio y con estos cócteles de insoportable existencialidad me vienes ahora.
Ya no basta con un cerrar fuerte los ojos para encontrar ese apacible rincón en el que solías resguardarte hasta que todo pasara. Al menos, no sin que al abrirlos te coja por sorpresa el maremoto con los pies descalzos y la languidez de la yegua vieja que ve su vida escaparse por la escalera de incendios.
Nadie te avisa que tras pasada y enterrada la pubertad, volverías a sufrir otra crisis de identidad capaz de hacer temblar todos tus cimientos y colocarte de puntillas al borde del Parnaso.
Os lo juro. No hay nada que de más vértigo que la búsqueda de un abstracto cuando tus infantes ideas se encuentran en plena batalla campal, en primera línea de fuego y más desordenadas que nunca.
¡Maldito seas Nietzsche! Mira que a duras penas conseguí tragarte en el colegio y con estos cócteles de insoportable existencialidad me vienes ahora.
Ya no basta con un cerrar fuerte los ojos para encontrar ese apacible rincón en el que solías resguardarte hasta que todo pasara. Al menos, no sin que al abrirlos te coja por sorpresa el maremoto con los pies descalzos y la languidez de la yegua vieja que ve su vida escaparse por la escalera de incendios.